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Cuatro Letras

Cuatro Letras Llevaba tanto tiempo usando esas cuatro letras que hasta aquel día no se dio cuenta de lo vacías que habían estado durante tanto tiempo. Esas letras habían designado a una realidad que no era la que le pertenecía.
Ahora, ella ya sabía que significaba. Sabía que la definición del diccionario poco tenía que ver. Nadie lo había descubierto, pero ella sí. Y se reía en su interior de saberse tan afortundada.

Eran cuatro letras, como hubiesen podido ser cinco (como las del nombre que deletreaba constantemente) o incluso ocho. Pero no, eran cuatro. Y encima se repetían. Pero eso no importaba. Aquella mañana ella supo lo que eran esas cuatro letras.

Ya no soñaba con recubrirlas de madera, porque eso ya no era así. Esas letras: C A S A, no eran un espacio físico, cómodamente decorado, haciendo uso de un buen gusto excepcional. No. No eran cuatro (de nuevo cuatro) paredes, cubiertas bajo un techo – que algún día pudiese caerse encima-, eso no era lo que significaba la palabra casa, al menos ya no.

La palabra casa para ella ya sólo tenía un sentido. Un camino que avanzaba siempre en la misma dirección. Ese camino que la llevaría a CASA, a su verdadera casa, no a ese conjunto de elementos arquitectónicos. Ella, al enamorarse, había descubierto la verdadera trama, su casa no estaba en ningún lugar donde no estuviese Él. Su casa era él y no le hacía falta más. Volver a casa significa retornar a él, a sus manos, a sus ojos. Él era el lugar donde quería vivir el resto de su vida.

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