Huelga de mariposas
No sabía por qué, pero parecía que estuviese manteniendo un duelo absurdo contra la mesa, aunque sabía que su mirada era más segura frente a la madera que frente a las pupilas. Pupilas que, por cierto, estaban, pero no frente a las suyas. Situación que aunque normal, no le dejaba de resultar extraña, innecesaria. Si ella algún día fue, había sido frente a esos ojos, que esa tarde se le perdían.
Y es que era una tarde confusa, había manifestación de mariposas. Un piquete decidió recordar aquellos tiempos de lucha sindical y se había concentrado frente a las puertas del esófago, haciendo que cualquier sensación (o líquido) que pasase por la zona se incorporase inmediatamente a la protesta. Así estaba ella, sentada mirando una madera que se mecía con un suave vaivén, con el estómago encogido y dando vuelta a esos ojos, y controlando los suyos para no fijarlos. A través de las mariposas y su movilización, descubrió que estaba vacía. Esas mariposas, hoy en estado caótico, eran lo único que le quedaba por perder y tenía miedo de abrir la boca y, en unas de sus frases sin sentido y torpes, perderlas.
Ella había aprendido a ser de nuevo sin ojos, manos, abrazos y besos, sin ese otro perfil sobre el que dibujarse. Lo había logrado, más mal que bien, pero seguía siendo. Aunque eran las mariposas y su habilidad para la arquitectura ultraligera, su pequeño molinillo de viento para impulsarse cada día.
Esa tarde, esa dichosa tarde, un constructor se le acercó y ella empezó a hablarle de sus construcciones ultraligeras, de sus castillos de viento reforzados por paredes de una madera intangible. El constructor, tras escucharla un buen rato, la miró, sonrío con cierto cinismo y le dijo: pequeña, en tus castillos sólo podrías vivir tú y eso no vende. Terminó de masticar aquella frase y se marchó.
Quizá tendría que resignarse y asimilar que el constructor tenía razón y sus castillos estaban decorados sólo a su gusto y ella sería la única que invertiría en ellos, como venía haciendo desde hacía ya demasiado tiempo.
En ese punto, hizo inventario, sumo mariposas rebeldes, miradas perdidas y un considerable déficit en abrazos, a los que añadió un paréntesis de tiempo / despacio y su coraza (de agua).
Se despidió del vaivén de la mesa, dio el día libre a las mariposas y volvió a integrarse con coraza incluida en la realidad (que, a veces, tanto odiaba).
Y es que era una tarde confusa, había manifestación de mariposas. Un piquete decidió recordar aquellos tiempos de lucha sindical y se había concentrado frente a las puertas del esófago, haciendo que cualquier sensación (o líquido) que pasase por la zona se incorporase inmediatamente a la protesta. Así estaba ella, sentada mirando una madera que se mecía con un suave vaivén, con el estómago encogido y dando vuelta a esos ojos, y controlando los suyos para no fijarlos. A través de las mariposas y su movilización, descubrió que estaba vacía. Esas mariposas, hoy en estado caótico, eran lo único que le quedaba por perder y tenía miedo de abrir la boca y, en unas de sus frases sin sentido y torpes, perderlas.
Ella había aprendido a ser de nuevo sin ojos, manos, abrazos y besos, sin ese otro perfil sobre el que dibujarse. Lo había logrado, más mal que bien, pero seguía siendo. Aunque eran las mariposas y su habilidad para la arquitectura ultraligera, su pequeño molinillo de viento para impulsarse cada día.
Esa tarde, esa dichosa tarde, un constructor se le acercó y ella empezó a hablarle de sus construcciones ultraligeras, de sus castillos de viento reforzados por paredes de una madera intangible. El constructor, tras escucharla un buen rato, la miró, sonrío con cierto cinismo y le dijo: pequeña, en tus castillos sólo podrías vivir tú y eso no vende. Terminó de masticar aquella frase y se marchó.
Quizá tendría que resignarse y asimilar que el constructor tenía razón y sus castillos estaban decorados sólo a su gusto y ella sería la única que invertiría en ellos, como venía haciendo desde hacía ya demasiado tiempo.
En ese punto, hizo inventario, sumo mariposas rebeldes, miradas perdidas y un considerable déficit en abrazos, a los que añadió un paréntesis de tiempo / despacio y su coraza (de agua).
Se despidió del vaivén de la mesa, dio el día libre a las mariposas y volvió a integrarse con coraza incluida en la realidad (que, a veces, tanto odiaba).
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